domingo, marzo 07, 2010

Shine on you crazy diamond



Nunca dudó de ninguna. Para él todas eran la mejor, todas eran la indicada. Siempre creyó en esas promesas de amor eterno y finales felices. Durante muchos años confió en sus palabras. Por fortuna siempre fueron solo palabras: unas vocales por aquí, algunas consonantes por allá...

Pretendía ser el rey de la selva, gruñía y postraba a los indefensos a sus pies. Tenía sangre en el colmillo, siempre con las garras listas, el olfato alerta y los ojos puestos sobre el horizonte. No le tenía miedo a nada. Ni siquiera a su propia muerte.

Estuvo allí de pie, dubitativo y cabizbajo sosteniendo -como de costumbre- un Marlboro mientras el humo consumía lentamente sus pulmones. Se repetía a sí mismo, repetidas veces- que no era posible el amor.

A pesar de que siempre endulzaran sus oídos con frases de película o poesía de segunda, él en el fondo estaba seguro de que todo era producto de las hormonas. "Soy un calentón de mierda" se decía. De cierta manera no creía 100% en lo que decía creer. Estaba seguro de lo que quería pero no de lo que en realidad sentía. Estaba confundido.

Creía que había hecho el amor, creía que estaba enamorado pero no entendía por qué tenía que llamarlo de tal manera que todo el mundo supiera lo que estaba pasando en su interior.

Él era ingenuo, iluso, inocente. No tenía ni la más mínima idea de lo que era amar y ser amado. Estaba perdido y la única salida fue el sufrimiento. Se resignó a que algo no estaba funcionando y que mientras no lo resolviera iba a continuar perdido.

Un día sin querer "el destino" le ofreció una salida, un final para lo mundano y lo vulgar. Él, como siempre, solo quería fumarse un cigarrillo y ella, para variar, únicamente tenía con sabor a mentol. Ahí empezó todo. Ahí fue donde finalmente comprendió que jamás estuvo confundido, solo ignoraba ciertos detalles no muy relucientes a la vista.

Era poner de vuelta a las crías de la decepción en su nido, mirarlas nacer, crecer, desarrollarse y morir, en el mismo lugar, premeditadamente.

Y una vez probada el agua de aquella fuente renació por fin, y juró nunca más dejar de beber de ella porque era la única cosa en todo el mundo que le quitaba la sed. Siempre creyó tener la razón y ahora que no la tiene es feliz. Ahora que ha despertado de la ingenuidad se ha dado cuenta que todo lo que estuvo buscando llegaría tarde o temprano por sí solo. Y ella le agradece a todas las promesas que no cumplieron y a todos los ataques hormonales que tuvo en su juventud.

Él creyó estar enamorado y no lo estuvo.

Ahora todos los días son un nuevo resplandor por su ventana.

2 comentarios:

SOL dijo...

justo cuando creo llegar al final del libro, todo cambia y la historia comienza de nuevo...

besos ara;ita

Indigo dijo...

Dem tuanis como siempre! Un abrazo!

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